Ese sería el último viaje del rinoceronte. El rey Francisco I de Francia, que volvía de la Provenza, pidió ver a la bestia de la que todo el mundo le hablaba. El buque se detuvo en Marsella para cumplir su deseo, con tan mala fortuna que cuando reemprendieron viaje, les alcanzó una tormenta imprevista junto al estrecho de Portovenere, al norte de La Spezia, en la costa de Liguria.

Si bien la mayor parte de la tripulación se salvó a nado, poco se pudo hacer por el rinoceronte, que atado con una cadena en la cubierta, se fue al fondo del mar arrastrado por la embarcación. Sin embargo, su cadáver fue recuperado cerca de Villefranche-sur-Mer, por lo que su piel fue enviada de vuelta a Lisboa, donde fue rellenada de paja para su posterior exhibición. El animal, ya disecado, fue enviado de nuevo a Roma, donde no llamó la atención tanto como si hubiera estado vivo, por lo que rápidamente se perdió la curiosidad por contemplarlo y acabó perdiéndose. Aún hoy se desconoce el paradero final de Ganda. Sin embargo, gracias a este libro sobre la historia del rinoceronte del rey cualquiera puede volver a viajar a Lisboa y verla con nuevos ojos. También se pueden aprender muchas otras lecciones. Sí, igual que si fuera una fábula.

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